Alguien me dijo: “no hay nada que enseñe más que el ejemplo”. Y es cierto. Y esto lo debemos entender y relacionarlo con nuestro accionar de vida; nuestras actuaciones y decisiones. Y todo ello porque no solamente debemos ser ejemplo principal de nuestras hijas e hijos. Porque ellos ven todo cuanto hacemos y reaccionamos. Cómo y cuál es nuestro comportamiento y actitud ante los demás.
Lamentablemente, y siempre lo hemos dicho, debemos hacernos consciente que todo el que es padre o madre, tiene un gran responsabilidad, porque el mayor y más importante proyecto, está en ellos. Todo cuanto hagamos o debemos de hacer, podrá influir de forma positiva o negativa en ellos. Eso solamente Dios lo sabe. Pero esto implica que ante los ojos de Dios debemos ser igual de trono fuera de una iglesia o de un púlpito. Debemos ser coherentes con todo aquello que predicamos y decimos. Al fin y al cabo, son nuestras ejecutorias las que importarán. Mil palabras y promesa valen nada y son nada ante un simple hecho o acción. Lo que somos ante los hombres debemos serlo ante Dios, porque al fin y al cabo, Él espera que nuestro caminar al ser visto por todos, pueda ser muestra de su presencia en cada ser humano que dice creerle y que dice seguirle. Nada hoy como el ejemplo para ofrecer un mensaje y aprendizaje claro y que define quién eres. Hasta te ayudar en lo que debes mejorar por el solo hecho de saber que otros miran tus pasos. Hay quienes pueden no hacer caso a eso, pero quien posee real amor a Dios y responsabilidad como ser humano y amor propio, sabe lo que es vivir libre desde el interior sabiendo que todo lo que tienes por dentro es real y coherente con Dios, más que con los hombres.
Es normal que lo primero que pensemos una vez estamos en una situación difícil o en grandes pruebas, que la desesperación sea lo que nos embargue. Sin embargo, darle prioridad o pasó a la preocupación en momentos como esos, es declarar de lado a todo aquello que Dios pueda hacer en ti o no podrás mirar la mano de Dios buscando llegar a ti. Sin embargo, cuando podemos optar por utilizar la fuerza de la oración y comenzar a movernos. Porque poco vale, hablarle sino estamos dispuestos nosotros en hacer lo que nos corresponde de nuestro lado. Ayúdate que yo te ayudaré. Confía en la relación que tomes con Dios por medio de la oración y tú comienza a ejecutar tu tarea.