“La mirada de Dios traspasa el mundo y vigila cada corazón, para bendecir a aquellos cuyas almas le han anhelado con pasión! Cuyas pupilas brillan de esperanza y su luz es como una oración!
Puede que tu estilo de vida, tus amplias ocupaciones, tus íntimas convicciones producto de tu cosmovisión, no permitan que veas, ni siquiera imagines, que desde los cielos el gran soberano, omnisciente Dios y Padre nuestro, te mira, busca oro en ti, examina tus anhelos, lee tus suspiros, descodifica tus lágrimas y las guarda en su copa. ¡Te ama!
Hoy toma en cuenta que has estado en la mira de Dios, su corazón y sus planes, que su amor se traduce en hechos y su verdad en realidad”. (Cosme).
Alguien me dijo en una ocasión que sentía que Dios no escuchaba por tanta cosas que sucedían a su alrededor y asimismo. Que sentía que las ventanas del corazón de Dios se habían cerrado. Le dije en aquella ocasión que Él nunca cierra su corazón a nadie, que nosotros somos quienes nos alejamos de su entorno y su presencia. Éramos nosotros quienes dejábamos de confiar en su poder; que éramos quienes acogíamos cuantas cosas pasan por nuestra mente; acogemos la oscuridad; en fin, somos quienes permitimos debilitar lo que somos en esencia. Sin embargo, Él siempre está ahí, a una distancia de una oración; de abrir nuestros corazones; de permitir que sea Él quien conduzca el camino y nosotros permitirlo. Él nos mira.