Algo que en ocasiones Dios nos enseña a pulso. Y es enseñarnos a ponernos en el lugar de los demás. A no juzgar sino tenemos la realidad y verdad. Muchas veces no comprendemos ni tenemos ojos para los demás porque no hemos sabido pasar por el mismo cedazo que lo han hecho ellos. No conocemos del calvario que han transitado para llegar donde están o para no derrumbarse. Simplemente vemos, o el producto terminado o una sonrisa donde debió haber dolor. Podamos a Dios que nos permita tener el corazón sencillo y humilde que nos permita vernos a nosotros mismos, que haya más misericordia y menos arrogancia; más comprensión y menos egoísmo. En fin, dejemos que Él nos muestre su Verdad y dejemos que sea su luz la que nos guíe ante los demás y que nuestro comportamiento sea su voluntad.